lunes, 30 de agosto de 2010

Piloto del monólogo inicial de León

Mi vida siempre había sido patética, a pesar de tener todo lo que cualquier persona común habría deseado (dinero, atractivo, buen sexo) no podía trazar una verdadera sonrisa en mi  rostro, aquel gesto deforme que aparecía en mi cara era tan sólo el producto de un ensayo facial que durante años realicé frente al espejo.
Lo único que verdaderamente  me pertenece es la certeza de saberme dueño de nada; ni siquiera de esas frases baratas que repito frente a una chica con mi típica pose de galán: con una nalga más salida que la otra como si mi pierna estuviera sufriendo un calambre.
Debo confesar que a pesar de ser dueño de nada, tengo un excelente y refinado gusto por la música y no me refiero a Mozart, Chopin, Beethoven, Vivaldi… ¡Nada de eso!, mi vida es el Punk.
 Tal vez exageré un poco al decir que: “Tengo todo lo que cualquier persona común habría deseado”, en realidad sólo gozo del buen sexo, aunque casi podría decir que el atractivo es adyacente de éste, pero no; trabajo en un lugar que no precisamente da la mejor paga, aunque sí la suficiente para ir cada viernes a revolcarme con un culito asesino y hacer una mueca lo más parecida a una sonrisa justo en medio de un orgasmo.
En fin, ahora que conocen mis dos pasiones, (habrán notado cual es la segunda) deben saber que me reservo a cualquier tipo de sentimentalismo.
He conocido  todo tipo de mujeres y ninguna me ha apasionado lo suficiente como para quererla tan siquiera la mitad de lo que me quiero a mi mismo. Dedico más tiempo en pensar qué nueva marca de shampoo  utilizaré para mi cabello: negro, grueso y lacio.
Escribo mi nombre innumerables veces en mi libreta de trabajo de diferentes formas: León, león (con minúscula), lenó, elnó, ónel ,enló…  antes que escribir el nombre de alguna de ellas. Sólo una vez he pronunciado  un te amo de la mano de un nombre femenino y es únicamente porque así le digo al marica de mi hermano.
Mis días son fáciles, mi vida es simple: música y mujeres son lo único que tengo y todo lo que necesito, necesité.
Martes 1 de septiembre de 2010
Era un día como otro, como cada martes busqué algo que hacer, le llamé a  Bembo y terminamos en Las macetitas bebiendo pulque.
Cocongo llegó unas horas después, cuando el lugar estaba atiborrado de gente y todos los gatos ya eran pardos, detrás de él  iba una chica de buenas piernas.
Bebí, bebí, bebí y bebí más, todo el ambiente se cubrió de embriaguez, la música aumentó su volumen y muchos bastardos comenzaron a orinar en las macetas, entonces aquella chica de buenas piernas se colocó a lado mío y observó tímida y curiosa el tatuaje de mi hombro derecho.
Sí, me gustan las mujeres, pero tenía mi música, en ese momento no me interesaba en absoluto una mujer que aparentaba estar cómoda mientras moría internamente de miedo.
        ¿Has visto a Héctor? –preguntó.
        ¿Héctor? ¿Quién coños es Héctor? –respondí esforzando mi lengua.
        Coco… 
        ¡Cocongo!, no… no sé dónde está ese cabrón.
        ¿Vas a seguir tomando?
Su pregunta fue estúpida, no perdí el tiempo ni siquiera en mirarla y continué una entretenida conversación con mi cerveza.
El tiempo pasó, la cerveza se agotó  y la música paró.
Enfadado miré detrás y me sorprendió encontrarla aún a lado de mí
        ¿Por qué no te has ido? –le pregunté con un poco de cortesía e indiferencia.
        No encuentro a Cocongo…
        ¿Por qué no lo buscas?
Me miró fijamente y acto seguido preguntó mi nombre
        ¿Por eso el tatuaje?
        Por eso el tatuaje –contesté sonriendo.
No sé exactamente cómo sucedió, pero esa mujer tímida y preguntona, comenzó a captar mi atención, lancé una pregunta: ¿Crees en el amor?, su respuesta desencadenó toda una discusión ¿Quién sería tan estúpido como para creer en el amor?
Sólo a ella, me era imposible de creer cosa tan atroz, cómo una mujer tan inteligente como ella podría creer en el amor…
Cocongo apareció por fin y llevó a esa extraña señorita cuyo nombre desconocía junto con él.



2 de septiembre de 2009
Demasiado inteligente, aquella chica “inocente” que decía creer en el amor, me había robado la cartera, inmediatamente llamé a Cocongo para pedirle el celular de esa mosquita muerta de buenos atributos.
15 de septiembre de 2009
Por fin se dignó a contestar el teléfono, la saludé amablemente, mentira, no fui amable, en realidad lo único que pude hacer fue gritarle lo mucho que la odiaba, sí, ya la odiaba.
¿Robarle la cartera a un hombre? ¿ROBARME LA CARTERA? ¡Qué barato!
Y para colmo de todo la muy cínica se burlaba a mis espaldas.
Colgó el teléfono.
20 de septiembre de 2009
Era un día como otro, un domingo cualquiera, a una hora cualquiera, mientras yo hacía lo que cualquiera.
Sonó el timbre de mi departamento, bueno, la “campanita”, porque desde que se descompuso el timbre no me tomé la molestia de arreglarlo.
Era ella, radiante y asquerosa, tal como la esperaba. Por fin se había decidido a devolverme la cartera, no entendía en realidad que pretendía al conservarla durante esos días, posiblemente era un acto feminista, intento de venganza por mi  estupenda forma de ser.
La senté en la sala, justo a un lado de mi bajo, me habría conformado con recibir mi cartera y despedirme para siempre de este enredo de mujer; pero cuando recibí la cartera intacta una pregunta invadió mi cabeza ¿Por qué me quitó la cartera?
Una vez sentada, comencé a interrogarla, su respuesta fue una completa sátira, tanto que me reservaré de mencionarla.
Continué cuestionándola, había algo en ella tan nefasto y seductor que me llevaba a querer descifrarla, ni siquiera era un deseo sexual como aquellos que me visitaban cada viernes frente a mujeres menos bellas que ella.
Era terca y desquiciante, se vanagloriaba de hacerme sentir inferior en cada momento, llegué a pensar que su único objetivo era llevarme la contraria, pero no era tan perversa como yo imaginaba, simplemente esa era su forma de ser.
Gritaba “Soy literata” por cada uno de los poros de su cuerpo,  discutía y referenciaba tantas veces como parpadeaba.
No es que yo sea un perfecto imbécil, tal vez tú lo creas después de haber leído mi presentación, pero no lo soy, leo algo más que la revista vaquera.
Mi padre era un apasionado de la cultura, muchas de sus lecturas llegaron a mis manos, pero siempre me gustó aquella frase: “¿No seríamos más felices, cuan más ignorantes?”. Sólo fui un aficionado de esta frase, es únicamente el disfraz con el que suelo salir a la calle.
Volviendo a la señorita arrogancia: Me desquiciaba, ¡Completamente me desquiciaba!, pero no soportaba  el no discutir con ella, comenzaba a pensar que esto era un círculo vicioso.
24 de septiembre de 2009
 ¿De verdad había alguien capaz de romper mi pasividad cotidiana?
Habían pasado cuatro días desde  que charlé con ella y aún me estaba dando vueltas como un mosquito lo que debí haberle respondido cuando me dijo que mi lectura sobre La tumba de José Agustín era bastante floja.
Tenía que ir a buscarla, tan sólo para ladrarle en la cara, para reclamarle que el único tema del que puede ser capaz de hablar es la literatura, para comenzar una conversación sobre música y entonces, triunfar sobre ella.
25 de septiembre de 2009
Fui a casa de Cocongo  a tomar unas cervezas, esperando llegar a un punto de la conversación en donde mencionase a Paz,  (Sí, por cierto, se llamaba Paz).
El tema llegó  y yo me quejé como enfermo de la extraña forma de ser de su amiguita ¿De dónde demonios la sacó?
Sólo había una forma de olvidarme de los “zumbidos de mosquito- mentales”, hacer lo que hacía cada viernes por la noche: tratar de conquistar el sexo de una “dama”.
Disfruté como un enfermo, me saqué de la cabeza ese molesto zumbido y regresé a mi rutina de todos los días.
Trabajar.  Está bien, confesaré mi ocupación, ¿Has ido a rentar películas?, ¿Sí, recuerdas al chico flaco tonto de playera polo que va tras de ti  y que sólo espera tu mandato para salir corriendo como ratita veloz  por unas películas?
Bueno, soy uno de ellos, sólo que no pertenezco a la especie de los tontos.
26 de septiembre de 2009
Sábado otra vez, le llamé, fue un impulso estúpido, me sentía cual niño de secundaria, de esos revoltosos que cuando tienen ganas de pelar llaman a otro marica y con un tono de arrogancia dicen: “A la salida, junto a los pinos nos arreglamos”. (Aún sabiendo que le van a partir la madre).

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